Epitafio


Todas las hojas son del viento,
ya que el las mueve hasta en la muerte;
todas las hojas son del viento,
menos la luz del sol.

L.A. Spinetta













El agua temprana arranca a las piedras, su voz quebradiza sin pausa ni pena. Las hojas dibujan el rostro del cielo, y el sol es un cuenco que suena y resuena, a plumas y verbos, de labios jazmines. Ordiseo escudriña las ramas del viento, cuyo llanto asciende a la copa de un pino. Sus manos son bellas, morenas; tiznadas del bronce, puñal venidero. Ya el viento desciende descalzo a los pastos, y arremete pronto con cuerpo de brío. Él se siente niño, se arrodilla niño, se presiente muerto y escucha...
 
¿Será la voz de Vera la que oye? 
Es el labio tibio que arrulla su trino, en el margen tenue del bosque memoria. Memoria del perro barbero poeta, memoria del tanque del agua bendita, bajo el limonero y el níspero añejo. Memoria de zafras y La Bella Vista. 
Ay, niño, el viento te anda en los dedos. 
Corre, corre pronto. Sin crespones, sin heraldos, para que siempre, siempre, en tu centro haya cielo.

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