LOS ADIOSES

EL plantó los árboles
de aquel espacio sin márgenes.
Cada palmo de tierra fue labrando
hasta que el sol
ya sólo entraba por retazos
constelando el suelo con estrellas.

Ante el altar del nuevo día
respiraba con fuerza por los poros
las pestañas y los ojos
sabiendo que en aquel lugar
ellos seguían esperando su llegada
sus pasos detenidos
y el vapor de su silbido.

A veces los adioses se apresuran
y dejan todo por el suelo:
Los buenos días
el pan o el aroma de la menta.


Él siempre supo que se iría
que dejaría por fin aquel idilio de cometas.
Él simplemente se embriagó de adiós
mirando atrás de tanto en tanto
para ver a su naranjos
a su parras y a sus templos.
Después de todo
todos somos parte del viento.





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