LOS DÍAS TRISTES
























LAS manos de la tristeza
escudriñan el torso
del hombre que sentado
observa la cascada de la tarde.
Palpan su corazón,
sus costillas
y navegan, 
por el iris de sus vientos.

El cielo, azul cobalto,
ahora descalzo se yergue
sobre el hombre, torcido
de hombros fuertes,
que lucha por asirse
a las visiones 
de una existencia floreciente,
no verbal ni recordada,
pero latente en sus portales.

Llora sobre sus párpados
y sus piernas lo separan
del abismo de estar solo,
de frente
a ese otro del espejo.

Hubo días mejores, memorables.
Hubo paz y también dicha.
Hubo amaneceres 
que llovían luz desde las hojas.
Y hubo aluviones de caricias
y tormentas y centellas.
Y hubo un tiempo, no lejano,
de escarchadas amapolas,
de verdades entre dientes,
sin papel ni testimonio,
sin ardor
y sin retorno.


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