LA LUZ, LOS SUEÑOS.

Los sueños, ánforas translúcidas,

como aventajados pasajeros de la noche,
ombligan, anidan cautos durante eras vitales,

y van mutando, matizando sus voces.


Algunos, pocos, logran llegar, emerger

y ver la luz con ojos nuevos, prestados tal vez.

Otros, según transcurren las edades y las eras,

se diluyen en la nada espectral del fracaso,

o en la desidia implícita en lo inmaterial,

hendiendo esternones, crepitando páginas,

y más páginas en blanco, cautivas de la mudez sorda,

de la no creación y de las caídas libres.


Entre esos vestigios, 
arrullados por la estoicidad de la esperanza, 
anidan mis versos, mis mejores caricias,

mis mejores miradas,
para que cada día,

uno pequeño infinito,

traspase las puertas y vea por fin la luz.

Esa luz que todo lo purifica y revela:

La luz de los museos,

la luz de los barcos, la luz de Asuán,

la de Botsuana o Cuzco;

la luz de tus ojos o la boca

de la mujer, que anda con tus pies.

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