Cada día
Todos
los días, a cierta hora, cuando cierro los párpados veo tus ojos, que
no me dejan respirar. Veo tu boca, que no me deja ver más allá y veo tus
manos, que aún hoy, no me dejan andar.
Será, cara de cielo, que cada día, a cierta hora, muero un instante, porque no estás a mi lado.
Luego de esa breve muerte, pliego mis brazos, cambio mi rostro, rompo las puertas y muerdo el aire, con la rabia de los perros, que aúllan al cielo.
Será, cara de cielo, que cada día, a cierta hora, muero un instante, porque no estás a mi lado.
Luego de esa breve muerte, pliego mis brazos, cambio mi rostro, rompo las puertas y muerdo el aire, con la rabia de los perros, que aúllan al cielo.
Entonces salgo de mí,
para que esa breve muerte no me alcance, más que lo necesario; para que
el río de tus ojos se vaya y pueda por fin respirar; para que tu boca
inabarcable se cierre y pueda yo, por fin mirar y para que tus manos se
cierren y pueda yo, en mi breve mundo, volver a andar.
Luis Alberto Spinetta, siempre.
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