NAUFRAGOS

LLEGO de la calle
donde apenas empieza a llover.
En mi casa no hay ruidos.
Acaso el roce del viento
contra las persianas,
algún crujido sin origen,
o unas voces a lo lejos.
Hace un momento, paseaba a la vera
de un viñedo con forma de ballena.

Como su lomo es curvo,
el horizonte también lo es.
Curva que divide el lomo verde
del lomo azul intenso de la tarde,
como una simetría espectral,
suicida en sus laderas.

Mientras regresaba
la brisa jugaba con mis ojos.
Era un aire tibio,
que contrasta con el frío

que penetra hasta mis huesos,
al entrar en esta cárcel elegida:
tumba que se busca para llorar cada día
las penas sin retorno, los malos artificios,
y el dolor que me reviste por entero
cuando entro a las estancias.
 

Náufragos sin orillas
velan por mi sueño y mi agonía.
Aún esperan de mi
palabras de consuelo.


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