EL PRISIONERO
A mi padre, Juan E. González
En algún lugar existe un muro
repleto de memoria.
Allí duerme el pan, con hambre
de palabras.
La mesa, los restos del otoño,
y el padre no presente
que implora a su retoño:
-Hijo, préstame tus manos
para poder hablar-
-Déjame las llaves
de mi orgullosa muerte-
¿Para qué vivir sin poder gritar?
¿Para qué los ríos, o el árbol
de la lluvia?
¿Para qué la espuma, entre tanta muerte?
-Hijo, acaba tú
de liberar la sudestada.
Libera las majadas
que pastan en el sur,
enciende la esperanza
y déjame partir.
Mi labor,
ya se ha cumplido-
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