TIERRA ADENTRO

Y desde las puertas de la primavera, toma envión el invierno, la falta de vos, y la distancia.
Hoy el sol emerge radiante desde este, y baña de sobrada vida a las hojas, que danzan sus pequeñas alegrías. La flor que se fue tangente al viento, era de un lapacho amarillo, con el rostro cubierto de lágrimas soleadas. Pero, a pesar de todo, yo sigo pensando, investigando la voz, el origen del marfil de mis errores. Me desnudo de sombras y te muestro lo que de bueno quedó tendido, como una sábana flameando en el viento. Intento hablar, decir, pero mi boca, mis dientes se han borrado, como tus oídos de nácar gastado en cada choque de las olas.
Las piedras entonces horadan el eje del tiempo, y vuelven a ser lo que algún día dejaron de ser.
Ahora duermo, o eso intento, tendido boca arriba, mirando el cielo sembrado de estrellas. Es el monte de quebrachos, el canto lejano de algún ave nocturna, una Charata quizá. Mientras, mis huesos descansan sobre un catre hecho con tientos de cuero, que huele a humo, a fuego desgastado. Hay tanta música en esta soledad, en este silencio nocturno del monte Santiagueño. Hay tantas fragancias, aletear de respiraciones, y árboles, que no son más que siluetas negras, dispersas por el patio que se enfrenta al rancho, que nadie, nunca sembró. Todo parece estar, ser como debería:

 El hombre que al alba se levanta, sale al patio rodeado de sus perros y se rasca la cabeza, mientras enciende un cigarro de chala.

No obstante soy el extranjero aquí, en este vergel de mi memoria, en el que quisiera renacer, antes de irme, quisiera ver, oír y sentir mi tierra, navegando por mi sangre.


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