JARDÍN DE LA REPÚBLICA



LA soledad nació en mayo, cuando era tripulante en el vientre de mi madre, en una ciudad de plazas vacías, sembrada de naranjos y mariposas limoneras, esas de alas enormes, negras con puntos amarillos. 
Y mientras yo crecía, el estado de latencia, de estar lejos, iba metiéndose en mi sangre, y la ciudad,de plazas cuadradas, guardaba la felicidad de los sauces llorones, de las araucaria, y las palmeras, preñadas de frutos amarillos.
Yo nací en una casa de barrio, donde en una esquina, aun para el ómnibus número cinco. Recuerdo los asientos desvencijados, la estructura inestable, el sonido de los hierros chocando entre sí, crujiendo. También, desde la esquina del chófer, venía, de una radio a transistores, la voz de Julio Sosa, o una cumbia de Avelino.
Después llegaron las fosas, la muerte, que hurgaba en los libros, en las estanterías, en los cajones, sembrando el miedo en silencio.
Un día me fui, lejos, sin billete de vuelta, para llover durante años, el tango del que emigra.
Cada día volvía a la Plaza San Martín, a la calle Bulnes y al ómnibus número cinco. Pero el tiempo doma la nostalgia, la reduce a viejas imágenes sin brillo. Entonces lo vi: un barco a lo lejos, o la estela blanca de un avión impactando en el cenit. Y pienso que regreso a la ciudad de plazas arboladas, de rostros conocidos y perros callejeros. Después de todo, allí nació mi soledad, mi madre y su perfil recto, dibujado sobre el cerro San Javier. 
Yo provengo de su vientre, de su luz y de sus sombras. Provengo del sur y sus ríos indomables. Tal vez, después de todo, deba reencontrarme con quien soy del otro lado, el que se quedó esperándome, en la Plaza Independencia.

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