DESPEDIDA

Desnuda, sentada en el borde de la cama
apoyas tu mano izquierda sobre un hombro.
De la longitud de tus dedos nace un río
que desciende por tu espalda, que es
una basta llanura tallada por las rosas.

Estás inmóvil, mirando el rectángulo azul
de la ventana. El aire también está inmóvil
y tus pies, apoyados sobre el suelo,
perciben el bronco ardor de mis arterias.

Extravío mis ojos en los montes, 
en los pétalos negros del valle consagrado.

Extravío mis dedos en las aguas,
en la sombra sedienta de la flores .
Acaso soy un puma, un trueno, 
un espasmo, o un paso, 
mal paso que se pierde,
en el sumidero abismal
de la memoria. 



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