LA BUENA MEMORIA






































En un instante,
sus ojos sin brillo 

se quedan masticando la tristeza
que crece como un trompo
dentro de su boca.
Sus manos ajadas, polvorientas,
bordean el rostro de la tarde,
en el otro que observa
y escucha la voz de su empeño
en rescatar los trazos ilegibles
de un naufragio lejano.

Su voz se quiebra
en el letargo de un cuerpo cansado,
jadeante,
hecho a esquivar la veracidad
del porvenir cercano,
inevitable,
mientras su memoria pervive,
resiste sin tregua ni pausa,
evocando ese pasado
que lo hace otra vez amar
a su manera, pero amar,
desesperadamente
la copa del vértigo,
cristal del instante y los dientes
de una soledad
tan llena de recuerdos.

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