INFANCIA

En los pasillos del viento, la cuenca de su torax estalla en colores. Es el niño del alba que disimula el hambre, la desazón de los días que no pasan y se quedan, inmóviles, en el costado de su vientre. Sus ojos, alas de pez, lo guían dentro de la marea verde del cielo, su propio cielo, en el que las estrellas dispersas, sin orden, nacieron hace meses, desintegrando el odio y restaurando la sonrisa, otra vez, sobre el mapa marrón de sus manos.
Apenas sabido en palabras, es esencialmente puro, terrenal impropio de un mundo de injurias y falacias. 
Por las tardes, cuando el sol destella coral en sus cejas, él entrelaza las hebras del sueño, que lo hacen vislumbrar al hombre, que sin duda, será algún día.


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