EL PASILLO SOMBRÍO

Y yo te digo: Cuando alguien se va, alguien queda. 
El punto por donde pasó un hombre, ya no está solo.

César Vallejo



HA venido la tarde
a dejarme tus labios
sobre el tapiz 
del pasillo sombrío.

Sentado en el centro de la estancia,
observo quieto, el espacio:
Hay sillas, muebles que crujen
y una sombrilla antes gris, que hoy 
sólo sirve para mirar las estrellas.
Todo está igual,
inmóvil en el tiempo,
que transcurre en otro cuerpo,
denso, circular, como el agua marrón
del río Bermejo.
Pero mi conciencia voraz
destroza los recuerdos;
los acuña en falanges, en estantes,
vertiendo diarios en desorden,
noticias que hablan del estado del tiempo,
como bitácoras del caos absoluto,
irreversible.
Acaso la vejez se hace presente
y mis manos abiertas al cielo,
vislumbran los estragos venideros.
Acaso sea yo el único habitante
de esta casa, ánfora vital 
que cobija las voces, los pasos
y todas los deseos que nacieron
para irse por el aire, sin nombre,
sin final, montados en el lomo
de luciérnagas venidas de la selva,
donde moran las urracas,
los tordos, los celestinos hambrientos
que asolan las cosechas.
Hay tantas cosas en el mundo,
que el solo hecho de pensarlas
se antoja inasequible
pero no por ello, menos cierto.
Hay tanto trecho por andar,
que mis piernas se hacen inefables, 
como la razón de verlo todo,
de una vez y sin demora.
Esto, ya no será posible.
Por eso, guardo en un cajón
el pliegue de tus labios, 
que sabiamente la tarde,  
dejó sobre el tapiz 
del pasillo sombrío.
   


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