LA SOLEDAD POBLADA

Acodada en la mira,
la soledad cobalto luneció descalza
ante el abrazo de la noche.
Descendía presta, circular,
por la garganta de mis vanidades vacuas,
pero ausentes.
De pie, en el centro del valle,
la esperaba cóncavo, altivo,
ya sin temor al infierno dulce,
sabido de memorias.
Le presté mis ojos, para que viera la inmensidad agreste,
preñada de cactus embrionarios;
le precisé mis manos, la yema azulecida de mis dedos,
para que bordase las constelaciones futuras,
yermas de espanto y desidia, aradas en surcos.
Entonces, atentos, mis brazos inmersos
En el pensamiento ilimitado fueron lajas o pizarra,
agua manada de tu vientre, labios mordidos,
arañados por un mar ciego, plañidero.
Y por fin, azul, pude ver:
Estaba solo, fecundado de palabras titilantes,
adyacentes a los verbos prófugos
vibrando de alegría.

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