EL BESO Y LA PIEDRA






Desnúdate, le dice al fin
el alma al cuerpo divino.


Spinetta






Resucitaba del barro, del mármol, de sí mismo;
sin más espacio que la eternidad implacable,
repleta de objetos girantes

que atravesaban sus labios, que sin pudor,

reflejaban, concupiscentes, sombras y besos pasados.

Miles, millones de sombras y besos andantes,

corrientes, caminantes de espaldas,

mordientes de cuellos, húmedos de hombros y sexos;

pasivos sólo en la consumación de la muerte,

de su propia muerte.

No obstante, su cabeza brillaba, poblada de embriones

y de flores, algunas secas y otras, no natas.

Tenía tantos folios  en blanco. Su propia existencia

Estaba aún por escribirse, a golpe de cincel,

En la piedra divina, robada, inefablemente atroz

De su línea atemporal, sudorosa,

escrita en los idiomas del abismo propio,

gota a gota; golpe a golpe la gota que horada,

golpe, la gota que engulle,

golpe, la gota que muta y revienta,

golpe, la gota loca que roe la lividez, la no pasión

y arde, se consume de impaciencia o deseo.


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