DESPEDIDA

Buscaba ventanas y buscaba puertas para abrir. Andaba senderos y lustraba la noche, presa de su voz ronca, sin poder arder. Pero nada, en absoluto, bastaba para rellenar de luz la oquedad que le dejo ella al partir, llevándose los abrazos, los besos, los ríos y las rías, los afluentes caudalosos y marrones; los quetupíes, los ceibos rojos del Brasil, las araucarias de la Plaza Irigoyen, y los ojos tristes de las estatuas que, por las noches, en el parque, cobran vida y la llaman, una vez y otra vez...

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