La realidad
De solo estar, en sus ojos brillaba algún sueño. Y es que por la noche, casi a diario, ellos la colmaban de todo aquello que de este lado le era esquivo: La incertidumbre dulce de la piel, el andar errático de una mano sobre el hombro, o sencillamente la no visión de un cuerpo cercano. Por eso, en la proa de su edén, a la hora del sueño, era feliz, corpórea, universal, eterna, amante, para siempre.
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