CRISANTEMO
Crisantemo que se abrió, encuentra el camino hacia el cielo. L.A. Spinetta.
Desde el brocal, su mirada se pierde en la inmensidad oscura
del pozo. Pasan por su cabeza miles de imágenes, de sueños que ha tenido desde
siempre. Ahora quiere despertar, porque a ciencia cierta, no sabe si la
inmensidad oscura no es otra de sus visiones. A lo lejos, una bandada de
pájaros hace temblar la quietud de la siesta verdeamarilla. Se oyen voces
lejanas que no alcanza a distinguir. Ecos, otra vez los ecos que retumban en la
oquedad de su memoria. Hoy precisamente, quisiera ser ella-otra, ella-nada y
que el eco dejase de rozar su ceño devastado por la risa y el llanto. Ha
llorado tantas veces ante el brocal. Ha gemido como un animal herido, ha
perdido el pie y ha caído en la hojarasca bronca.
Ella sabe: más allá del horizonte irregular está su hijo
esperándola. A veces sueña estas cosas y casi puede tocar su cabeza suave, de la
que salen flores y ojos, manos, todas las manos; dedos pequeños de niño. Ella se
cubre los ojos, dejando pasar la luz por las rendijas de los dedos. Aún puede
ver la sonrisa simple, practicante de una llaneza inabarcable. Sus labios están
inmóviles, pero puede oír su voz en el fondo del pozo y puede besar sus pasos
que avanzan por el pasillo después de haber cerrado la puerta, dejando atrás el
vacío. Entonces ella sabe que por fin su hijo ha vuelto a casa, y que esto es,
como poco, absoluto, irreversible. Luego pasa un ángel bello y se abrazan.
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