La inexistencia del olvido




Estoy cansado, estoy herido
de pensar que mis cajones
aún huelen a tu ropa.
Estoy cansado, desandado, desarmado, desmemoriado
y hastiado, prófugo de la oquedad verbal que me aturde,
desde que no me llamas, ni te veo.

Cruje mi espalada, frunzo el ceño:
La memoria férrea de mis manos,
aun rebusca, cada noche
el terciopelo de tu ombligo.



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