LA INMORTALIDAD POSIBLE



En ocasiones, el humano que llevo dentro, desde el brocal de su refugio, me observa, escudriña mis pasos, la idea de mis viajes, todas las imágenes que guardo o me esfuerzo en fijar, apartándolas del paso irrefutable del tiempo.
Puede tomar una idea cualquiera, de la miles que discurren, dentro de esa inmensidad reverberante que me ahueca, o me convierte en el receptáculo final de todos los sueños y visiones que he tenido. Él sabe que muchas de estas cosas son, han sido irrepetibles, únicas en su breve permanencia sobre la faz de las hojas, de las bibliotecas, o los bancos de los parques.
Mis manos, finitas en su brevedad, intentan, sin acierto, retener todo esto, para no entristecer la mirada de él, por cuyo rostro navegan constelaciones, ríos, risas, pájaros, caballos y luciérnagas; coyuyos y quetupíes; besos, tu boca-besos y el océano.
Me mira otra vez, pero ahora habla pausado, con los pies sobre las páginas vacías, mirando la constelación de Orión y dice:
-De todas las tristezas posibles, tal vez la mas profana y obscena, sea la de tener la certeza hiriente de que, aunque me empeñe, ya no veré la tierra, el planeta-oceano, desde el espacio, ni veré otros mundos posibles, expectantes. Una ironía de la evolución impedirá esto, relativamente, porque tus hijos, que son materia de mi esencia, podrán ascender y mirar, el mundo-azul-océano, por tus ojos, aunque te hayas ido.

A mis hijos, Allegra y Hernán.

 

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